CANCION DE NAVIDAD
Por Charles Dickens
"El espectro de Marley"
**Por Artur Rackham**
CAPITULO I
EL ESPECTRO DE MARLEY
I-
El espectro de Marley
Empecemos
por decir que Marley había muerto. De ello no cabía la menor duda. Firmaron la
partida de su enterramiento el clérigo, el sacristán, el comisario de entierros
y el presidente del duelo. También la fírmó Scrooge. Y el nombre de Scrooge era
prestigioso en la Bolsa,
cualquiera que fuese el papel en que pusiera su firma.
El
viejo Marley estaba tan muerto como el clavo de una puerta.
¡Bueno!
Esto no quiere decir que yo sepa por experiencia propia lo que hay
particularmente muerto en el clavo de una puerta; pero puedo inclinarme a
considerar un clavo de féretro como la pieza de ferretería más muerta que hay
en el comercio. Mas la sabiduría de nuestros antepasados resplandece en los
símiles, y mis manos profanas no deben perturbarla, o desaparecería el país. Me
permitiré. pues, repetir enfáticamente que Marley estaba tan muerto como el
clavo de una puerta.
¿Sabía
Scrooge que aquél había muerto? Indudablemente. ¿Cómo podía ser de otro modo?
Scrooge y él fueron consocios durante no sé cuántos años. Scrooge fue su único
albacea, su único administrador, su único cesionario, su único legatario
universal, su único amigo y el único que vistió luto por él. Pero Scrooge no estaba
tan terriblemente afligido por el triste suceso que dejara de ser un perfecto
negociante, y el mismo día del entierro lo solemnizó con un buen negocio.
La
mención del entierro de Marley me hace retroceder al punto de partida. Es
indudable que Marley había muerto. Esto debe ser perfectamente
comprendido; si no, nada admirable se puede ver en la historia que voy a
referir. Si no estuviéramos plenamente convencidos de que el padre de Hamlet
murió antes de empezar la representación teatral, no habría en su paseo durante
la noche, en medio del vendaval. por las murallas de su ciudad, nada más
notable que lo que habría en ver a otro cualquier caballero de mediana edad
temerariamente lanzado, después de obscurecer, en un recinto expuesto a los
vientos -el cementerio de San Pablo, por ejemplo-, sencillamente para
deslumbrar el débil espíritu de su hijo.
Scrooge
no borró el nombre del viejo Marley. Permaneció durante muchos años esta
inscripción sobre la puerta del almacén: "Scrooge y Marley". La casa
de comercio se conocía bajo la razón social "Scrooge y Marley".
Algunas veces los clientes modernos llamaban a Scrooge Scrooge y otras veces
Marley: pero él atendía por ambos nombres. Todo era lo mismo para él.
¡Oh!
Pero Scrooge era atrozmente tacaño, avaro, cruel, desalmado, miserable,
codicioso. incorregible, duro y esquinado como el pedernal, pero del cual
ningún eslabón había arrancado nunca una chispa generosa; secreto y retraído y
solitario como una ostra. El frío de su interior le helaba las viejas facciones.
le amorataba la nariz afilada, le arrugaba las mejillas, le entorpecía la
marcha, le enrojecía los ojos, le ponía azules los delgados labios; hablaba
astutamente y con voz áspera. Fría escarcha cubría su cabeza y sus cejas y su
barba de alambre. Siempre llevaba consigo su temperatura bajo cero; helaba su
despacho en los días caniculares y no lo templaba ni un grado en Navidad.
El
calor y el frío exteriores ejercían poca influencia sobre Scrooge. Ningún calor
podía templarle, ninguna temperatura invernal podía enfriarle. Ningún viento
era más áspero que él, ninguna nieve más insistente en sus propósitos, ninguna
lluvia más impía. El temporal no sabía cómo atacarle. La más mortificante
lluvia, y la nieve, y el granizo, y el agua de nieve, podían jactarse de
aventajarle en un sola cosa: en que con frecuencia "bajaban"
gallardamente, y Scrooge, nunca.
Jamás
le detuvo nadie en la calle para decirle alegremente: "Querido Scrooge,
¿cómo estáis? ¿Cuándo iréis a verme?" Ningún mendigo le pedía limosna,
ningún niño le preguntaba qué hora era, ningún hombre ni mujer le preguntaron
en toda su vida por dónde se iba a tal o cual sitio. Aun los perros de los
ciegos parecían conocerle, y cuando le veían acercarse arrastraban a sus amos
hacia los portales o hacia las callejuelas, y entonces meneaban la cola como
diciendo: "Es mejor ser ciego que tener mal ojo".
¡Pero
qué le importaba a Scrooge! Era lo que deseaba: seguir su camino a lo largo de
los concurridos senderos de la vida, avisando a toda humana simpatía para
conservar la distancia.
Una
vez, en uno de los mejores días del año, la víspera de Navidad, el viejo
Scrooge se hallaba trabajando en su despacho. Hacía un tiempo frío, crudísimo y
nebuloso, y podía oír a la gente que pasaba jadeando arriba y abajo, golpeándose
el pecho con las manos y pateando sobre las piedras del pavimento para entrar
en calor. Los relojes públicos acababan de dar las tres: pero la obscuridad era
casi completa -había sido obscuro todo el día-, y por las ventanas de las casas
vecinas se veían brillar las luces como manchas rubias en el aire moreno de la
tarde. La bruma se filtraba a través de todas las hendeduras y de los ojos de
las cerraduras, y era tan densa por fuera que, aunque la calleja era de
las más estrechas, las casas de enfrente se veían como meros fantasmas. A1 ver
cómo descendía la nube sombría, obscureciéndolo todo, se habría pensado que la
Naturaleza habitaba cerca y que estaba haciendo destilaciones en gran escala.
Scrooge
tenía abierta la puerta del despacho para poder vigilar a su dependiente, que
en una celda lóbrega y apartada, una especie de cisterna, estaba copiando
cartas. Scrooge tenía poquísima lumbre, pero la del dependiente era mucho más
escasa: parecía una sola ascua; mas no podía aumentarla, porque Scrooge
guardaba la caja del carbón en su cuarto, y si el dependiente hubiera aparecido
trayendo carbón en la pala, sin duda que su amo habría considerado necesario
despedirle. Así, el dependiente se embozó en la blanca bufanda y trató de
calentarse en la llama de la bujía: pero, como no era hombre de gran
imaginación: fracasó en el intento.
-¡Felices
Pascuas, tío! ¡Dios os guarde! -gritó una voz alegre.
Era
la voz del sobrino de Scrooge, que cayó sobre él con tal precipitación. que fue
el primer aviso que tuvo de su aproximación.
-¡Bah!
--dijo Scrooge-. ¡Patrañasl
Este
sobrino de Scrooge se hallaba tan arrebatado a causa de la carrera a través de
la bruma y de la helada, que estaba todo encendido: tenía la cara como una
cereza, sus ojos chispeaban y humeaba su aliento.
-Pero.
tío: ¿una patraña la Navidad?
-dijo el sobrino de Scrooge-. Seguramente no habéis querido decir eso.
-Sí
-contestó Scrooge-~. ¡Felices Pascuas! ¿Qué derecho tienes tú para estar
alegre? ¿Qué razón tienes tú para estar alegre? Eres bastante pobre.
-¡Vamos!
-replicó el sobrino alegremente-. ¿Y qué derecho tenéis vos para estar triste?
¿Qué razón tenéis para estar cabizbajo? Sois bastante rico.
No
disponiendo Scrooge de mejor respuesta en aquel momento, dijo de nuevo:
"¡Bah!" Y a continuación: "¡Patrañas!"
-No
estéis enfadado, tío -dijo el sobrino. -¿Cómo no voy a estarlo -replicó el tío-
viviendo en un mundo de locos como éste? ¡Felices Pascuas! ¿Buenas Pascuas te
dé Dios! ¿Qué es la Pascua
de Navidad sino la época en que hay que pagar cuentas no teniendo dinero; en
que te ves un año más viejo y ni una hora más rico: la época en que, hecho el
balance de los libros, ves que los artículos mencionados en ellos no te han
dejado la menor ganancia después de una docena de meses desaparecidos? Si
estuviera en mi mano -dijo Scrooge con indignación-, a todos los idiotas que
van con el ¡Felices Pascuas! en los labios los cocería en su propia substancia
y los enterraría con una vara de acebo atravesándoles el corazón. !Eso es!
-¡Tío!
--suplicó el sobrino.
-¡Sobrino!
-repuso el tío secamente-. Celebra la Navidad a tu modo y déjame a mí celebrarla al
mío.
-¡Celebrar
la Navidad!
-repitió el sobrino de Scrooge-. Pero vos no la celebráis.
-Déjame
que no la celebre -dijo Scrooge- ¡Mucho bien puede hacerte a ti! ¡Mucho bien te
ha hecho siempre!
-Hay
muchas cosas que podían haberme hecho muy bien y que no he aprovechado, me
atrevo a decir -replicó el sobrino-. entre ellas la Navidad. Mas estoy
seguro de que siempre, al llegar esta época, he pensado en la Navidad, aparte la
veneración debida a su nombre sagrado y a su origen, como en una agradable
época de cariño, de perdón y de caridad; el único día, en el largo almanaque
del año, en que hombres y mujeres parecen estar de acuerdo para abrir sus
corazones libremente y para considerar a sus inferiores como verdaderos
compañeros de viaje en el camino de la tumba y no otra raza de criaturas con
destino diferente.
Así,
pues, tío, aunque tal fiesta nunca ha puesto una moneda de oro o de plata en mi
bolsillo, creo que me ha hecho bien y que me hará bien, y digo: ¡Bendita sea!
El
dependiente, en su mazmorra, aplaudió involuntariamente: pero, notando en el
acto que había cometido una inconveniencia, quiso remover el fuego y apagó el
último débil residuo para siempre.
-Que
oiga yo otra de esas manifestaciones -dijo Scrooge- y os haré celebrar la Navidad echándoos a la
calle. Eres de verdad un elocuente orador -añadió, volviéndose hacía su
sobrino-. Me admira que no estés en el Parlamento.
-No
os enfadéis, tío. ¡Vamos, venid a comer con nosotros mañana!
Scrooge
dijo que le agradaría verle... Sí, lo dijo. Pero completó la idea, y dijo que
antes le agradaría verle... en el infierno.
-Pero,
¿por qué? -gritó el sobrino--. ¿Por qué?
-¿Por
qué te casaste? -dijo Scrooge. -Porque me enamoré.
-¡Porque
te enamoraste! -gruñó Scrooge, como si aquello fuese la sola cosa del mundo más
ridícula que una alegre Navidad-. ¡Buenas tardes!
-Pero,
tío, si nunca fuisteis a verme antes, ¿por qué hacer de esto una razón para no
ir ahora?
-Buenas
tardes -dijo Scrooge.
-No
necesito nada vuestro: no os pido nada; ¿por qué no podemos ser amigos?
-Buenas
tardes --dijo Scrooge.
-Lamento
de todo corazón encontraros tan resuelto. Nunca ha habido el más pequeño
disgusto entre nosotros. Pero he insistido en la celebración de la Navidad y llevaré mi buen
humor de Navidad hasta lo último. Así, ¡Felices Pascuas. tío!
-Buenas
tardes --dijo Scrooge. -¡Y feliz Año Nuevo! -Buenas tardes -dijo Scrooge.
Su.
sobrino salió de la habitación, no obstante,. sin pronunciar una palabra de
disgusto. Detúvose en la puerta exterior para desearle felices Pascuas al
dependiente, que, aunque tenía frío, era más ardiente que Scrooge, pues le
correspondió cordialmente.
-Este
es otro que tal -murmuró Scrooge, que le oyó-; un dependiente con quince
chelines a la semana, con mujer y con hijos. hablando de la alegre Navidad. Es
para llevarle a una casa de locos.
Aquel
maniático. al despedir al sobrino de Scrooge, introdujo a otros dos visitantes.
Eran dos caballeros corpulentos, simpáticos. y estaban en pie, descubiertos, en
el despacho de Scrooge.
Tenían
en la mano libros y papeles y se inclinaron ante él.
-Scrooge
y Marley. supongo -dijo uno de los caballeros, consultando una lista-: ¿Tengo
el honor de hablar al señor Scrooge o al señor Marley?
-El
señor Marley murió hace siete años -respondió Scrooge-. Esta misma noche hace
siete años que murió.
-No
dudamos que su liberalidad estará representada en su socio superviviente --dijo
el caballero, presentando sus cartas credenciales.
Era
verdad. pues ambos habían sido tal para cual. A1 oír la horrible palabra
"liberalidad", Scrooge frunció el ceño, meneó la cabeza y devolvió al
visitante las cartas credenciales.
-En
esta alegre época del año, señor Scrooge dijo el caballero. tomando una pluma-,
es más necesario que nunca que hagamos algo en favor de tos pobres y de los
desamparados, que en estos días sufren de modo atroz. Muchos miles de ellos
carecen de lo indispensable; cientos de miles necesitan alivio, señor.
-¿No
hay cárceles? -preguntó Scrooge. -Muchísimas cárceles -dijo el caballero,
dejando la pluma.
-¿Y
casa de corrección? -interrogó Scrooge. ¿Funcionan todavía?
-Funcionan,
sí, todavía -contestó el caballero--. Quisiera poder decir que no funcionan.
-¿El
Treadmill y la Ley de Pobreza están, pues. en todo su vigor?-- dijo
Scrooge.
--Ambos
funcionan continuamente, señor. -¡Oh', tenía miedo. por lo que decíais al
principio. de que hubiera ocurrido algo que interrumpiese sus útiles servicios
-dijo Scrooge-. Me alegra mucho saberlo.
-Persuadido
de que tales instituciones apenas pueden proporcionar cristiana alegría a la
mente o bienestar al cuerpo de la multitud ---continuó el caballero-, algunos
de nosotros nos hemos propuesto reunir fondos para comprar a los pobres algunos
alimentos y bebidas y un poco de calefacción. Hemos escogido esta época porque
es, sobre todas. aquella en que la
Necesidad se siente con más intensidad y la Abundancia se regocija.
¿Con cuánto queréis contribuir?
-¡Con
nada! -replicó Scrooge.
.
-¿Queréis guardar el anónimo?
-Quiero
que me dejéis en paz --dijo Scrooge-. Puesto que me preguntáis lo que quiero,
señores. ésa es mi respuesta. Yo no celebro la Navidad. y no puedo
contribuir a que se diviertan los vagos; ayudo a sostener los establecimientos
de que os he hablado... y que cuestan bastante; y quienes estén mal en ellos,
que se vayan a otra parte.
-Muchos
no pueden, y otros muchos preferirán morir.
-Si
prefieren morir -dijo Scrooge-, es lo mejor que pueden hacer y así disminuirá
el exceso de población. Además, y ustedes perdonen, no entiendo de eso.
-Pues..
debierais entender -hizo observar el caballero.
-No
es de mi incumbencia -replicó Scrooge-. Un hombre tiene bastante con
preocuparse de sus asuntos y no debe mezclarse en los ajenos. Los míos me
absorben por completo. ¡Buenas tardes, señores!
Comprendiendo
claramente que sería inútil insistir, los dos caballeros se marcharon. Scrooge
reanudó su tarea con mayor estimación de sí mismo y más animado de lo que tenía
por costumbre.
Entretanto,
la bruma y la obscuridad hiciéronse tan densas, que las gentes marchaban
alumbrándose con antorchas, ofreciéndose a marchar delante de los caballos de
los coches para mostrarles el camino. La antigua torre de una iglesia, cuya
vieja y estridente campana parecía estar siempre atisbando a Scrooge por una
ventana gótica del muro, se hizo invisible, y daba las horas envuelta en las
nubes. resonando después con trémulas vibraciones, como si le castañeteasen los
dientes a aquella elevadísima cabeza. El frío se hizo intenso. En la calle
Mayor. en la esquina de la calleja, algunos obreros hallábanse reparando los mecheros
de gas y habían encendido una gran hoguera, a la cual rodeaba un grupo de
mendigos y chicuelos, calentándose las manos y guiñando los ojos con delicia
ante las llamas. Taponados los sumideros, el agua sobrante se congelaba con
rapidez y se convertía en hielo. El resplandor de las tiendas, donde las ramas
de acebo cargadas de frutas brillaban con la luz de las ventanas, ponía tonos
dorados en las caras de los transeúntes. Las pollerías y los comercios de
comestibles estaban deslumbrantes: era un glorioso espectáculo, ante et cual
era casi increíble que los prosaicos principios de ajuste y venta tuvieran algo
que hacer. El alcalde de la ciudad, en la fortaleza de la poderosa
Mansion-House, daba órdenes a sus cincuenta cocineros y reposteros para celebrar
la Navidad de
una manera digna de la casa de un alcalde, y hasta el sastrecillo, que había
sido multado con cinco chelines el lunes anterior por estar borracho y sentirse
escandaloso en las calles, . preparaba en su guardilla la confección del
pudding del día siguiente, mientras su flaca esposa iba con el nene a comprar
la carne indispensable.
Más
niebla aún y más frío. Frío agudo, penetrante, mordiente. Sí el buen San
Dunstan hubiera sólo rasguñado la nariz del espíritu maligno con un tiempo como
aquél, en vez de usar sus armas habituales, en verdad que el diablo habría
rugido.
El
propietario de una naricilla juvenil, roída y mordisqueada por el hambriento
frío, como los huesos roídos por los perros, se detuvo ante la puerta de
Scrooge para obsequiarle por el ojo de la cerradura con una canción de Navidad;
pero no había hecho más que empezar:
"Bendigaos Dios, alegre
caballero; que nada pueda nunca disgustaros..."
cuando
Scrooge cogió la regla con tal decisión, que el cantor corrió lleno de miedo.
abandonando el ojo de la cerradura a la bruma y a la penetrante helada.
Por
fin llegó la hora de cerrar el despacho. De mala gana se alzó Scrooge de su
asiento y tácitamente aprobó la actitud del dependiente en su cuchitril, quien
inmediatamente apagó su luz y se puso el sombrero.
-Supongo
que necesitaréis todo el día de mañana -dijo Scrooge.
-Si
no hay inconveniente, señor.
-Pues
sí hay inconveniente -dijo Scrooge- y no es justo. Si por ello os descontara
media corona, pensaríais que os perjudicaba. ¿Pero estoy obligado a pagarla?
El
dependiente sonrió lánguidamente.
-Sin
embargo -dijo Scrooge-. no pensáis que me perjudico pagando el sueldo de un día
por no trabajar.
El
dependiente hizo notar que eso ocurría una sola vez al año.
-¡Una
pobre excusa para morder en el bolsillo de uno todos los días veinticinco de
diciembre! -dijo Scrooge. abrochándose el gabán hasta la barba-. Pero supongo
que es que necesitáis todo el día. Venid lo más temprano posible pasado mañana.
El
dependiente prometió hacerlo. y Scrooge salió gruñendo. Cerróse el despacho en
un instante, y el dependiente, con los largos extremos de su. bufanda blanca
colgando hasta más abajo de la cintura (pues no presumía de abrigo). bajó
veinte veces un resbaladero en Cornhill, al final de una calleja llena de
muchachos. para celebrar la
Nochebuena. y luego salió corriendo hacia su casa de
Camden-Town, para jugar a la gallina ciega.
Scrooge
cenó melancólicamente en su melancólica taberna habitual; y después de leer
todos los periódicos, se entretuvo et resto de la noche con los libros
comerciales. y se fue a acostar. Ocupaba las habitaciones que habían
pertenecido anteriormente a su difunto socio. Eran una serie de cuartos
lóbregos en un sombrío edificio al final de una calleja, y en el cual había tan
poco movimiento, que no se podía menos de imaginar que había llegado allí
corriendo, cuando era una casa de pocos años, mientras jugaba al escondite con
las otras casas, y había olvidado el camino para salir. Era ésta entonces
bastante vieja y bastante lúgubre; sólo Scrooge vivía en ella, pues los otros
cuartos estaban alquilados para oficinas. La calleja era tan obscura. que el
.mismo Scrooge, que la conocía piedra por piedra, veíase obligado a cruzarla a
tientas. La niebla y la helada se agolpaban de tal modo ante la negra entrada
de la casa, que parecía como si el Genio del Invierno se hallase en triste
meditación sentado en el umbral.
Hay
que advertir que no había absolutamente nada de particular en el llamador de la
puerta, salvo que era de gran tamaño: hay que hacer notar también que Scrooge
lo había visto, de día y de noche, durante toda su residencia en aquel lugar, y
también que Scrooge poseía tan poca cantidad de lo que se llama fantasía como
otro cualquier hombre de la ciudad de Londres, aun incluyendo -la frase es algo
atrevida- las Corporaciones, los miembros del Concejo municipal y los de los
Gremios. Téngase también en cuenta que Scrooge no había dedicado un solo
pensamiento a Marley desde que aquella tarde hizo mención de los siete años
transcurridas desde su muerte. Y ahora, que me explique alguien, si puede, cómo
sucedió que Scrooge, al meter la llave en la cerradura, vio en el llamador -sin
mediar ninguna mágica influencia-. no un llamador, sino la cara de Marley.
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