Arte de Edward Burne Jones
"Los d
ías de la creación"
"El primer dí
a"

La Jerarquia Celeste

de Dionisio Areopagita

CAPITULO I

El presbítero Dionisio a su copresbítero Timoteo. Aun cuando la iluminación procede por amor de múltiples maneras hacia los objetos que están bajo su providencia, no obstante permanece en su misma simplicidad y unifica a cuanto ilumina

1. "Todo buen don y toda dádiva perfecta viene de arriba, desciende del Padre de las luces". Más aún, la Luz procede del Padre, se difunde copiosamente sobre nosotros y con su poder unificante nos atrae y lleva a lo alto. Nos hace retornar a la unidad y deificante simplicidad del Padre, congregados en El. "Porque de El y para El son todas las cosas", como dice la Escritura.

2. Invoquemos, pues, a Jesús, la Luz del Padre, "la luz verdadera que viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre", "por quien hemos obtenido acceso" al Padre, la luz que es fuente de toda luz. Fijemos la mirada lo mejor que podamos en las luces que los Padres nos transmiten por las Sagradas Escrituras. En cuanto nos sea posible estudiemos las jerarquías de los espíritus celestes conforme la Sagrada Escritura nos lo ha revelado de modo simbólico y anagógico. Centremos fijamente la mirada inmaterial del entendimiento en la Luz desbordante más que fundamental, que se origina en el Padre, fuente de la Divinidad. Por medio de figuras simbólicas, nos ilustra sobre las bienaventuradas jerarquías de los ángeles. Pero elevémonos sobre esta profusión luminosa hasta el puro Rayo de Luz en sí mismo.

Por supuesto, este Rayo de Luz no pierde nada de su propia naturaleza ni de su íntima unidad. Aun cuando actúa y se multiplica exteriormente, como es propio de su bondad, para ennoblecer y unificar los seres que están bajo su providencia, sin embargo permanece interiormente estable en sí mismo, absolutamente firme en identidad inmóvil. Da a todos, en la medida de sus fuerzas, poder para elevarse y unirse a El según su propia simplicidad.

Pero este Rayo divino no podrá iluminamos si no está espiritualmente velado en la variedad de sagradas figuras, acomodadas a nuestro modo natural y propio, según la paternal providencia de Dios.

3. Por lo cual, nuestra sagrada jerarquía quedó establecida por disposición divina a imitación de las jerarquías celestes, que no son de este mundo. Mas las jerarquías inmateriales se han revestido de múltiples figuras y formas materiales a fin de que, conforme a nuestra manera de ser, nos elevemos analógicamente desde estos signos sagrados a la comprensión de las realidades espirituales, simples, inefables. Nosotros, los hombres, no podríamos en modo alguno elevamos por vía puramente espiritual a imitar y contemplar las jerarquías celestes sin ayuda de medios materiales que nos guíen como requiere nuestra naturaleza. Cualquier persona reflexionando se da cuenta de que la hermosura aparente es signo de misterios sublimes. El buen olor que sentimos manifiesta la iluminación intelectual. Las luces materiales son imagen de la copiosa efusión de luz inmaterial. Las diferentes disciplinas sagradas corresponden a la inmensa capacidad contemplativa de la mente. Los órdenes y grados de aquí abajo simbolizan las armoniosas relaciones del Reino de Dios. La recepción de la Sagrada Eucaristía es signo de la participación en Jesús, y lo mismo sucede con los seres del Cielo, que de modo trascendente reciben los dones, dados a nosotros simbólicamente.

La fuente de perfección espiritual nos ha provisto de imágenes sensibles que corresponden a las realidades inmateriales del Cielo, pues cuida de nosotros y quiere hacernos a semejanza suya. Nos dio a conocer las Jerarquías celestes: instituyó el colegio ministerial de nuestra propia jerarquía a imitación de la celeste, en cuanto humanamente es posible, en su divino sacerdocio. Nos reveló todo esto por medio de santas alegorías contenidas en las Sagradas Escrituras, para elevarnos espiritualmente desde lo sensible y conceptual a través de los símbolos sagrados hasta la cima simplicísima de aquellas jerarquías celestes.
 






 

 
 

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