Arte de Edward Burne Jones
"Los d
ías de la creación"
"El segundo dí
a"

La Jerarquía Celeste

de Dionisio Areopagita

CAPITULO II

En que las cosas celestiales y divinas nos son reveladas convenientemente, aun cuando sea por medio de símbolos desemejantes

1. Ante todo, creo que debo exponer cuál es el principal objeto de toda jerarquía y en qué sentido sea provechosa a sus miembros. Luego ensalzaré las jerarquías celestes, según lo que nos ha revelado la Sagrada Escritura. Por último, hay que describir bajo qué formas sagradas la Escritura representa los órdenes celestes, pues a través de esas figuras debemos elevarnos a perfecta simplicidad.

No podemos imaginar, como hace el vulgo, aquellas inteligencias celestes con muchos pies y rostros, de forma parecida a bueyes o como leones salvajes. No tienen corvos picos de águilas ni alas o plumas de pájaros. No los imaginemos como ruedas flamígeras por el cielo, tronos materiales, cómodos, donde se sienta la Divinidad, caballos variopintos, capitanes blandiendo espadas o cualquier otra forma en que las Santas Escrituras nos lo han representado en variedad de símbolos. La teología se vale de imágenes poéticas al estudiar estas inteligencias que carecen de figuras. Pero, como queda dicho, lo hace en atención a nuestra propia manera de entender, se sirve de pasajes bíblicos puestos a nuestro alcance en forma anagógica para elevarnos más fácilmente a lo espiritual.

2. Estas figuras hacen referencia a seres tan espirituales que no podemos conocerlos ni contemplarlos. Figuras y nombres de que se valen las Escrituras son inadecuados para representar tan santas inteligencias. Efectivamente, podría objetarse que si los teólogos hubieran querido dar forma corporal a lo que es absolutamente incorpóreo, deberían haber comenzado con los seres tenidos por más nobles, inmateriales y trascendentes, en vez de acudir a múltiples formas terrenas, ínfimas, para aplicarlas a realidades divinas, que son totalmente simples y celestes. Quizás lo haga con intención de elevarnos y no de rebajar lo celeste con imágenes inadecuadas. En realidad, es una ofensa indigna a los poderes divinos e induce a error nuestra inteligencia confundiéndola con esas composiciones profanas. Uno se imaginaría fácilmente que sobre los cielos hay multitud de leones y caballos, que las alabanzas son mugidos, que vuelan bandadas de pájaros o que los cielos están llenos de otra clase de animales, materias viles y semejantes desatinos que describen, hasta el absurdo, la corrupción y pasiones.

Pero si uno investiga la verdad, pone en evidencia la sabiduría de las Escrituras. Hay en ellas providencial cuidado de no ofender a los poderes divinos cuando representan con figuras las inteligencias celestes. Con la misma solicitud evitan que nos aficionemos desordenadamente a símbolos que contengan algo de bajeza y vulgaridad. Por lo demás, dos son las razones para representar con imágenes lo que no tiene figura, y dar cuerpo a lo incorpóreo. Ante todo, porque somos incapaces de elevarnos directamente a la contemplación mental. Necesitamos algo que nos sea connatural, metáforas sugerentes de las maravillas que escapan a nuestro conocimiento. En segundo lugar, es muy conveniente que para el vulgo permanezcan veladas con enigmas sagrados las verdades que contienen acerca de las inteligencias celestes. No todos son santos y la Sagrada Escritura advierte que no conviene a todos conocer estas cosas.

Con respecto a la inconveniencia de las imágenes bíblicas o al uso de comparaciones, tan bajas para significar jerarquías tan dignas y santas, es objeción a la que se responde diciendo que la revelación divina se presenta de dos maneras.

3. Una procede naturalmente por medio de imágenes semejantes a lo que significan. La otra emplea figuras desemejantes hasta la total desigualdad y el absurdo. Sucede a veces que las Escrituras en sus enseñanzas misteriosas representan la adorable santidad de Dios "Verbo", "Inteligencia" y "Esencia". Hacen ver que la racionalidad y sabiduría son atributos convenientes a Dios, a quien debemos considerar real subsistencia y causa verdadera de la subsistencia de todos los seres. Más aún, le representan como Luz y le llaman Vida.

Estas formas sagradas ciertamente muestran más reverencia y parecen superiores a las representaciones materiales. No son, sin embargo, menos deficientes que las otras con respecto a la Deidad, que está más allá de cualquier manifestación del ser y de la vida. No puede expresarla ninguna luz y toda razón o inteligencia no llega ni a tener parecido.

Ocurre, por eso, que las mismas Escrituras ensalzan la Deidad con expresiones totalmente desemejantes. La llaman invisible, infinita, incomprensible y otras cosas que dan a entender no lo que es, sino lo que no es. Esta segunda manera, a mi entender, es mucho más propia hablando de Dios, pues, como la secreta y sagrada tradición nos enseña, nada de cuanto ha existido se parece a Dios y desconocernos su supraesencia invisible, inefable, incomprensible.

Puesto que la negación parece ser más propia para hablar de Dios, y la afirmación positiva resulta siempre inadecuada al misterio inexpresable, conviene mejor referirse a lo invisible por medio de figuras desemejantes. Por lo cual, las Sagradas Escrituras, lejos de menospreciar las jerarquías celestes, las ensalzan con figuras totalmente desemejantes. De ese modo realmente nos damos cuenta de que aquellas jerarquías, tan distantes de nosotros, trascienden toda materialidad.

Por lo demás, no creo que ninguna persona sensata deje de reconocer que las desemejanzas sirven mejor que las semejanzas para elevar nuestra mente al reino del espíritu. Figuras muy nobles podrían inducir a algunos al error de pensar que los seres celestes son hombres de oro, luminosos, radiantes de hermosura, suntuosamente vestidos, inofensivamente llameantes, o bajo otras formas por el estilo con que la teología ha representado las inteligencias celestes.

Para evitar esos malentendidos entre gentes incapaces de elevarse por encima de la hermosura que perciben los sentidos, piadosos teólogos, sabia y espiritualmente, han condescendido con el uso de símbolos desemejantes. Obrando así, ellos han frenado nuestra natural tendencia a lo material y el deseo de satisfacernos perezosamente con imágenes de baja calidad. A la vez, han favorecido la elevación de la parte superior del alma, que siempre anhela las cosas de arriba. En efecto, la tosquedad de esos símbolos sirve de estímulo para que incluso los aficionados a las cosas terrenas no puedan juzgar verosímil ni posible la semejanza de estas cosas triviales con las celestes. Por lo demás, en todas las cosas hay algo de belleza, como dice rectamente la Escritura: "Todo es muy bueno".

4. Todas las cosas pueden favorecer la contemplación. Como antes decía, las desemejanzas con el mundo pueden aplicarse a esos seres que son a la vez inteligibles e inteligentes. Pero téngase siempre en cuenta la diferencia enorme que hay entre lo que cae bajo el dominio de los sentidos y lo propio del entendimiento. Así, en las criaturas irracionales la cólera nace de un impulso apasionado de movimiento irascible, mas hay que entenderlo de diferente modo cuando se trata de quienes disfrutan de razón. En este caso, la cólera es, yo creo, la firme actuación de la razón y capacidad de perseverar con tenacidad en principios santos e inmutables.

De modo parecido la concupiscencia. En los irracionales es una búsqueda ilimitada de bienes materiales a impulsos del instinto o costumbre de aficionarse a lo perecedero, apetito irracional dominante que induce a los vivientes a poseer cualquier cosa placentera a los sentidos. Pero cuando lo aplicamos al ser inteligente hay que entenderlo de diferente manera. Decimos que sienten deseos, pero significa el anhelo divino de la Realidad inmaterial, que está más allá de toda razón y de toda inteligencia. Es firme y constante deseo de contemplar pura e impasiblemente la Supraesencia. Hambre espiritual insaciable y verdadera comunión con la luz inmaculada y sublime, de espléndida e inefable hermosura. Intemperancia que será el ardor perfecto, inquebrantable, manifiesto en el anhelo constante de la divina hermosura, la total entrega al verdadero objeto de todo deseo.

Decimos que son irracionales los animales y objetos, porque les falta razón; a los objetos, además, sensación. Pero cuando lo decimos de los seres inmateriales, intelectuales, se entiende bajo el aspecto de santidad. Son criaturas que trascienden con mucho nuestra razón corporal discursiva, como la inteligencia sobrepasa las sensaciones materiales. Por tanto, podemos servirnos rectamente de figuras, tomadas incluso de la materia vil, con referencia a los seres celestes. Después de todo, las cosas terrenas subsisten gracias a la Hermosura absoluta, que contienen dentro de su condición material. Por la materia podemos elevarnos hasta los arquetipos inmateriales. Pero hay que tener especial cuidado para usar debidamente las semejanzas y desemejanzas. No puede establecerse una relación de identidad, sino que, teniendo en cuenta la distancia entre los sentidos y el entendimiento, se acomodarán según corresponda a cada cual.

5. Hallaremos que los teólogos místicos se sirven de esto para hablar de las jerarquías celestes y también para explicar los misterios de la Deidad. A veces la celebran con imágenes muy llamativas; por ejemplo, cuando dicen Sol de Justicia, Estrella de la mañana que se levanta hasta la inteligencia, Luz de fulgor intelectual. En otros casos se valen de expresiones más terrenas. Comparan a Dios con fuego que arde sin quemar, agua que comunica plenitud de vida, que metafóricamente llega a las entrañas y forma ríos inagotables. Usan también semejanzas de cosas ordinarias, como ungüento suave, piedra angular. Llegan hasta comparaciones de animales. Atribuyen a Dios propiedades del león, la pantera, el leopardo y el oso devorador. Añádase lo que parece más abyecto e impropio de todo, la forma de gusano con que han representado a Dios admirables intérpretes de los misterios divinos.

Así los que saben de Dios, intérpretes bajo la inspiración misteriosa, no mezclan con las cosas perfectas y profanas al "Santo de los santos". Utilizan aquella desemejante figura a fin de que las realidades divinas no se confundan con las inmundas ni los fervientes admiradores de los símbolos divinos se adhieran a tales figuras como si tuvieran existencia real. Así, con verdaderas negaciones y con desemejanzas, últimos reflejos divinos, honran a Dios como es debido.

Nada, pues, tiene de indigno representar los seres celestes, como queda dicho, por medio de semejanzas o desemejanzas inadecuadas al objeto.

En mi ordinaria investigación, esta dificultad no me habría estimulado hasta llegar a una explicación precisa de las virtudes sagradas si yo no hubiese tenido problema con imágenes de la Escritura, disformes con respecto a los ángeles. No podía mi mente satisfacerse con esa imaginería inadecuada. Tal inquietud me indujo a ir más allá de la representación material, a pasar santamente las apariencias y a través de ellas elevarme a realidades que no son de este mundo.

Pero baste ya lo dicho sobre las imágenes materiales e impropias con que las Escrituras Sagradas se refieren a los ángeles. Debo precisar ahora lo que entiendo por jerarquía y qué ventajas ofrece a quienes participan de ella. Que mi guía en esta exposición sea Cristo, mi Cristo, si es lícito hablar así, el inspirador de cuanto podemos conocer sobre la Jerarquía, y tú, hijo mío, debes seguir las recomendaciones de nuestra tradición jerárquica. Escucha devotamente estos razonamientos sagrados e inspirados y te servirá de iluminación esta doctrina. Guarda las santas verdades en lo recóndito de tu alma. Preserva su unidad frente a la multiplicidad de lo profano, pues, como dice la Escritura, no es lícito echar a los cerdos la pura, brillante y espléndida armonía de perlas espirituales.
 

 




 

 
 

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